“Cada vez que hay un evento de la colectividad, ¡los japoneses salen como de abajo de las piedras!”, me dijo Julián apenas estábamos llegando a la Avenida de Mayo donde se hacia el desfile del 100 aniversario de la inmigración de Okinawa, Japón. Pero esta vez, los japoneses y nosotros sus descendientes no solo aparecíamos desde diversos puntos de la capital, la provincia y el interior sino de varias otras latitudes. Peruanos, brasileños, paraguayos y norteamericanos habían venido a festejar y a agradecer a los países que los recibieron con los brazos abiertos en aquellos duros años de guerra.
La música de Okinawa, la isla del corazón más cálido de Japón, se bailo, se saltó y se disfruto de la Plaza de Mayo hasta la Av. 9 de Julio, en donde comenzó a sonar Matador de los Fabulosos Cadillacs. Al ritmo de las trompetas y la percusión el baile oriental continuó demostrando lo que divertido, rico e interesantes que son las mezclas culturales. Tan rico y extraño como el asado de tira acompañado por un buen tazón de arroz blanco.