14 ago 2007

Viaje a Sao Paulo, Brasil: Despedida - Eternizando Momentos 030



Último día en Sao Paulo, día de compras en el centro. Tomé mi último desayuno preparado por la obaachan y nos fuimos en búsqueda del "Once" paulista. Devolvimos el vestido de novia, el smoking de Diogo y de pasada encontré lo que hace meses no conseguía en ningún lugar de Buenos Aires, una riñonera tamaño mochila donde guardo absolutamente todo. Los brasileros tenían razón, allí tienen "o mais grande do mundo".
Luego acompañé a las chicas a comprar bijouterie pero el Real alto no me dejó comprar casi nada. Nuestro Once es hoy en día uno de los lugares más baratos del mundo.
A la hora de la comida fuimos a Liberdade, el gran barrio nippon donde se escucha japonés, se ven carteles en japonés y se come japonés. Llovía y estábamos casi empapados por haber caminado, evitando el tremendo tráfico de la ciudad. Llegamos a un típico restaurante de venta de comida al peso pero de estilo japonés. Dispuesto a darme un último atracón fui al baño a lavarme las manos. Como no encontraba la puerta, en mi perfecto portuñol, le pregunté al japonés donde podía hacerlo. El hombre me indicó que me sentara. A pocos metros vi un hombre parado al lado de una puerta y deduje que estaba en la cola del baño y por eso el japonés me ofrecía asiento. “Que amable”, pensé, “pero que extraño hacer cola en un baño de hombres, en un restaurante casi vacío”, seguí pensando. Mientras doblaba mis rodillas, descubrí entre los papeles que el hombre tenía en la mesa, varias hojas con palmas de manos cruzadas por largas líneas e ideogramas en japonés. Como resorte mi cola tocó la silla y me levantó. “No, no… otearai” (“lugar para lavarse las manos”, en japonés). Con un gesto me indico hacia atrás mío y allí encontré una tela que tapaba la entrada del baño.
Comimos rico, pero nada comparable con lo de la obaachan. Paseamos un poquito más y me llevaron al aeropuerto. Ahora me tocaba lo único malo del viaje, el regreso.
Esperando el vuelo me puse a pensar como sería la situación al revés. Yo despidiendo a una amiga de un pariente mío y llevándolo de lugar en lugar. No a cualquiera tendría ganas de llevar de paseo de un lado para el otro y después terminar en Ezeiza. Me sentí muy afortunado, levanté la vista y me encontré acompañado por cinco hermosas mujeres con las que había pasado todo el día.

Ary

1 comentario:

Anónimo dijo...

esta historia siempre me gustó desde el primer día que la leí.Me emocioné, con el casamiento de tu amigo, con las comidas de su abuela.Igual que las cabalgatas en Quila Quila, cuando vos eras chiquito.Siempre se lee mucho sentimiento y emociones. Me encanta..